
La exhumación de José Antonio Primo de Rivera ha desatado la cólera de sus familiares así como de los afines al falangismo y la democracia orgánica. El pasado lunes se trasladaron los restos del fundador de Falange Española desde el Valle de los Caídos a otro cementerio madrileño, siguiendo los preceptos de la Ley de Memoria Histórica.
El acto se llevó a cabo en la más estricta intimidad falángica; esto es, con gritos a favor de Franco y maldiciones a demócratas, modernos y tolerantes.
«Nosotros siempre hemos tolerado a la gente en sus cunetas. Es una vergüenza que tengamos que sufrir este oprobio«, opinaba uno de los numerosos intelectuales que se reunieron a las puertas del nuevo emplazamiento funerario.
A pesar de que la rabia contenida también se ciernen sobre los descendientes de Primo de Rivera, ya miran al futuro. De hecho, , una vez que la pena se les haya pasado, esperan que el Gobierno se compadezca y que el terreno de apenas tres metros cuadrados sobre el que estaba el sarcófago sea recalificado, con objeto de construir en él varios edificios de apartamentos y un campo de golf. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.
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