
Las numerosas visitas de Juan Carlos I a Sanxenxo empiezan a ser habituales. Tanto es así que Pedro Campos, su amigo y anfitrión empieza a cansarse.
Durante los días que estas visitas duran, la bella localidad gallega se llena de agentes de seguridad camuflada de curiosos y curiosos camuflados de nobleza, lo que empieza a cansar a los residentes habituales, entre ellos, dicho amigo,
«No tiene ni un detalle; si trajera algo, no sé: unas anchoas, algo…es que no hace ni la cama«, se lamenta Campos. Dice tener los biorritmos cambiados ya que por las noches el monarca se levanta seis o siete veces para ir al baño y con muletas, lo que provoca ruido y desvelo de todos los habitantes.
Además, cada vez que Juan Carlos I se instala en Sanxenxo, trae consigo no menos de una docena de cortesanos y varios logopedas, sin contar los de su hija, la infanta Elena que, según el propio Campos, se acopla por la gorra como si su casa fuera la pensión «La Corza». «Debe de ser que no hacen regatas en Abu Dhabi«, indica con sarcasmo.
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