
No está siendo un buen año para la pérfida Albión: a la salida de la Unión Europea y al mero hecho de ser británicos se añade el aumento de casos por COVID-19 en lo que llevamos de 2021. Las restricciones hechas por el gobierno de Boris Johnson han obligado a cambiar las costumbres de sus compatriotas mientras la situación se prolongue, principalmente quedarse en casa.
Una de esas derivadas ha sido el turismo, y con él, la imposibilidad de emborracharse y hacer el ridículo fuera de su país. Así, la atávica tradición de arrojarse por un balcón cuando están de vacaciones ha quedado detenida prácticamente del todo. Los tour-operadores y conductores de ambulancia en países del sur de Europa ya han mostrado su preocupación por la disminución del negocio y la consiguiente falta de trabajo.
Sin embargo, los británicos no han querido quedarse sin uno de sus hábitos más arraigados. En el distrito de Islington, en Londres, miles de vecinos ya se lanzan por la ventana cada día a las cinco de la tarde sobre una taza de té, simulando así encontrarse en Benidorm, las islas Baleares o Mónaco.
Ante el aumento inusitado de las víctimas el ministro de Sanidad, Matt Hancock ha declarado que «los hospitales ya están muy saturados; si quieren hacer el gilipollas, que lo hagan en el extranjero».