
Alemania dependía hasta ayer mismo del gas ruso en un 80%. Sin embargo, las medidas implementadas hoy mismo para reducir esa vinculación podrían bajar hasta el 4% si su nueva fuente de energía tiene éxito.
La solución que podría transformar el país teutón está en los gambones. Se calcula que un alemán medio consume 524 kilos de crustáceos al año, la mitad de ellos en Navidad. Es por ello que sus restos, debidamente tratados, son capaces de crear electricidad suficiente como para iluminar Bonn, Colonia y Hochsauerland durante seiscientos días.
Alega el ministro de Transición Ecológica, Helmut Wurst, que – «el único inconveniente es elegir el color para un nuevo contenedor», refiriéndose a los catorce que cada comunidad de vecinos tiene ya a su disposición. Dicho contenenedor, o Krabbenbehälter, sería llevado a una central eléctrica específica -o Krabbenkraftwerk– donde, una vez extraído de las cabezas de las gambas el cadmio y la saliva del consumidor, las cáscaras son sometidas a electrólisis y fotosíntesis (Krabbenköpfephotosynthese), lo que permite hasta 94.235 megavatios/hora en Alemania occidental.
Dicen los expertos que las emisiones de CO2 son incluso menores que las de Qatar durante el Mundial de fútbol. Además las posibilidades son inmensas, ya que como combustible también se admiten restos de centollo, cartón o corazas medievales.