
Esta obra de arte es presuntuosa, descuidada y apresurada. El ritmo violento y frenético al que nos tiene acostumbrado Peckimpah se deja ver desde los primeros compases del filme, de 276 minutos de duración. Huesos girando girando en el aire y primates chillando son ingredientes a priori muy atractivos para el espectador. Sin embargo, a medida que avanza la historia, se pierde el interés porque no se entiende nada. Los monos ya no salen más. Y no les digo cuando aparece un menhir en medio de la Luna. Si en algún momento la película pretendió ser futurista, el paso de los años no ha perdonado. Mención aparte merece David Niven, quien, por su prestancia y apostura, por sí solo mantiene el interés hasta la secuencia final: una insustancial lucha a muerte entre la computadora IBM y un gorila. Ni el mismísimo Kubrick hubiera hecho tal disparate.