
César Osotogri es un amo de casa japonés aunque afincado en Sueca y a quien se atribuye la invención del sushi: esas pelotillas de arroz enrolladas en algas o salmón que se cobran a precio de cordero.
Osotogari nunca se había dedicado a la cocina, pero durante el verano de 1992, en una reunión familiar en su natal Yokohama surgió la idea: «Mi cuñado, el honorable señor Izumi, me retó a inventar un nuevo plato culinario, así que le dije: sujétame el sake, y salió el sushi. El resto es historia.»
Por alguna razón la idea trascendió el domicilio familiar, el plato caló hondo en los paladares de los principales chefs japoneses y mundiales -«No le voy a decir cómo hacía las bolitas de arroz, respetable periodista»– y César se hizo millonario.
Al poco tiempo, el afamado inventor se hartó del éxito. De nada sirvió decir a la gente que había sido una broma, y que se comía mejor en cualquier piso de estudiantes que en la suya. Así que César decidió emigrar a un país lejano y alejado del arroz como es la Comunidad Valenciana.

«Ahora soy feliz«, afirma, pero pide disculpas por que la ocurrencia de inventar el sushi se le fuera de las manos. El próximo septiembre, coincidiendo con la fiesta del arroz en Sueca, planea hacerse el harakiri.