
Así se desprende del estudio hecho por la Comisión Permanente y Filológica de Lenguas Vernáculas (CPYFDLV), por el cual cuanto más separatista se es, más se pavonean los catalanes de su acervo. Según este organismo independiente, hay una relación directa entre separatismo y fonética, lo que lleva irremisiblemente a contraer trastornos infecto-contagiosos. De este modo, por ejemplo, un ciudadano del Ampurdán modulará consonantes aproximantes laterales, es decir, doblará la lengua para pronunciar la letra L aún a riesgo de sufrir desgarro de ella, mucho más si es mayúscula. A cambio, no tendremos un atisbo de duda sobre su origen.
Del mismo modo, fonemas oclusivos como la b se exageran hasta la nausea para, en vez de decir poble , pronunciar popla. El resultado, una impostura que resulta cursi y llena de esputos al receptor del mensaje.
Las consecuencias sanitarias de la deriva independentista no se han hecho esperar, según la CPYFDLV: las consultas en Urgencias se han colapsado por esguinces de glotis e infecciones fricativas, sobre todo en ciudadanos catalano-parlantes, muy por delante de emigrantes sudamericanos cuyas dolencias suelen ser inventadas. Curiosamente, el sector del transporte público, en concreto los taxistas, apenas está sufriendo estos trastornos, sin duda por el buen uso de la lengua castellana.
Aunque los datos se han publicado apenas hace unos días, las consecuencias son conocidas desde al menos hace cincuenta años. Así, en 1968, cuando Joan Manuel Serrat fue substituido por Massiel para cantar el “La, la, la”, no se hizo para que no cantara en catalán, sino para preservar su aparato fonador.
No obstante, no todo está perdido. Unos buenos hábitos alimentarios y, sobre todo, no entonar en alto las coplas de Lluis Llac son parámetros idóneos para mantenerse operativos. También repetir cinto cincuenta veces al día trabalenguas como “El cielo está enladrillado”.Porque más vale prevenir que curar.