
Como las luces de Navidad en Vigo, la bandeja de turrón en las casas cada vez se prolonga más en el tiempo, bien sobre la mesa de la cocina, bien sobre la del salón.
Cada día nietos de toda España escuchan a sus abuelas frases como «Coge una peladilla, que eso no quita el hambre» o «Haz el favor de comer turrón, que tu abuelo el dulce ni lo prueba y acabo comiéndolo yo». Frases que ellos obedecen con desgana para no desairarlas.
Y es que un estudio de la Oficina del Consumidor ha descubierto que un 70% de las abuelas españolas mantiene expuestos estos postres hasta bien entrado marzo. Pese a lo bienintencionado de ofrecer comida a las visitas, la asociación advierte que esos productos podrían haber perdido algo de calidad a lo largo de las semanas, y desaconseja su ingesta salvo, claro está, que esas abuelas repongan periódicamente los dulces.
Famosa es el suceso de una sevillana, Macarena Powerson, que el 16 de agosto de 2003 ofreció polvorones para su nieto Enrique. El niño, ola de calor mediante, accedió a comer uno , con la consiguiente absorción de líquidos corporales y posterior ingreso hospitalario por deshidratación y gastritis.
Pese a las advertencias, el estudio determina que el 14% de las bandejas con turrón supera el verano. Un nada despreciable 3% llega a la siguiente navidad.